20 ene 2009

La vida del más acá

En esta asignatura, a parte de tener que hacer estas entradas también tuvimos que hacer un pequeño relato (bueno,el mío es pequeño) de ciencia ficción. Mi cabeza elucubradora sólo dió para esto asi que aquí os la dejo.

LA VIDA DEL MÁS ACÁ


A Maic Allen no le gustaba que le controlasen ni que le observasen. Debe de ser por eso que nunca nadie lo había visto. Eran muchos los que se habían esforzado en tratar de averiguar cómo era, pero nadie lo había conseguido. En lo único que estaban de acuerdo los investigadores era en que no podían saber cómo era. Simplemente lanzaban teorías sobre cómo se comportaba. Maic aborrecía eso: - ¿Tan difícil es que me dejen en paz?- se preguntaba una y otra vez. No había hecho nada malo, sólo se limitaba a viajar. Tenía todo el espacio para él sólo, y todavía no había salido de aquel incierto lugar. Pero que todo el mundo quisiese conocerlo no quiere decir que Maic fuera el único de su especie. Había muchos más, Maic no vivía sólo.

El compañero de Maic era su hermano gemelo, Steve Allen y era el único que lo conocía, porque vivían en el mismo piso. Es cierto que Maic y Allen vivían en una casa, pero eso les recordaba que estaban sólo los dos y preferían seguir llamándolo piso. Aunque eso era lo que quería todo el mundo, vivir en pareja en una casa, y lo que tantas disputas creaba entre los habitantes de ese lugar. Era como una lucha de clases; todos querían ocupar el mejor estatus social pero, al contrario de lo que podríamos imaginar, ellos ansiaban ser los parias, los intocables. Su sociedad se encontraba jerarquizada y cada uno de ellos tenía una misión que cumplir. - Si estamos aquí será por algo - se decían una y otra vez cuando se encontraban con los demás. Les envidiaban. Mientras Maic y Steve vivían en un piso único, todos los demás tenían que compartirlo. O no llegaban al mismo nivel de vida que los Allen. Sólo unos pocos, los primeros, puesto que solo había dos plazas, llegaban a adquirir la misma posición social que ellos.

Pero no les parecía tan ventajoso eso de estar los dos solos. Si, tenían la comodidad de que nadie les molestaba, eran inaccesibles, pero se hartaban de ser siempre dos y sólo poder jugar al pilla-pilla. Se cansaban de correr uno detrás del otro. Eso era una cosa que a Steve le parecía bastante estúpida: tenía que jugar a un ridículo juego en el que él corría detrás de su hermano para pillarle. Un entretenimiento en el que era imposible ganar y por eso tuvieron que establecer turnos para ver a quién le tocaba perseguir y a quién correr.

También les aburría que todos los edificios fuesen exactamente iguales: todos de la misma altura y con el mismo tipo de inquilinos. Pero nadie quería vivir con ellos, y no porque fuesen diferentes, ¡ni muchísimo menos!: Todos eran físicamente iguales, a pesar de lo cual eran capaces de distinguirse unos de otros perfectamente, ¡y eso que se trataba de una población de 527116709366231425076185631031296 habitantes! (O, al menos, eso decían los que le investigaban) La capacidad que tenían para distinguirse radicaba en el hecho de que cada uno de ellos ocupaba una posición social distinta. Esto a Maic le reventaba: No podía entender porqué si eran tan parecidos, realmente idénticos, era necesario que existiesen esas diferencias; diferencias que provocaban miradas llenas de envidia. ¿Qué lógica podía tener el establecer esas discriminaciones sociales? Maic sólo quería salir de aquel sitio y huir de todo aquello.

Un buen día, como si alguna divinidad hubiese escuchado su pensamiento, Maic consiguió escapar de aquel lugar: estaba persiguiendo a su hermano cuando, de repente, como si una enorme ola les pillase de improvisto en el mar, Maic fue arrastrado lejos de su casa. En un primer momento no fue consciente de lo que le había sucedido; aunque sí supo rápidamente que por fin era libre.
Por una parte se alegró por haber dejado aquel lugar en el que se sentía prisionero, pero no todo resultó bien. La ola no llegó a impactar contra Steve. Mientras Maic cogía velocidad, pensaba continuamente en lo sólo que estaría su hermano. Lo que él no sabía era que su compañero de piso ya no vivía sólo. Una asociación le había acogido, facilitándole, no sólo un compañero, sino un piso más grande y más ocupado. Los Allen se habían separado por primera vez en toda su vida, pero ambos eran felices.

Pero después de haber estado anhelando durante tanto tiempo su libertad, al verse libre por fin, Maic se encontró algo perdido, y es que, en realidad, había pensado como librarse de esas cadenas, pero no en que haría cuando no las tuviera.
¡Maic se armó de valor!: decidió que iba salir al mundo y que iba a descubrir cada rincón del universo. Sabía que todo le iba a resultar desconocido; no sabía por dónde empezar, pero ya había perdido el miedo, aunque todo aquello fuese nuevo para él. Por el momento se pondría a correr; correría hasta cansarse, pero no quería permanecer parado ni un instante más mientras tuviera tantas cosas por descubrir; y al fin y al cabo le sobraba energía, podía correr muchísimo hasta necesitar volver a parar.

Y lo que descubrió fue algo asombroso para él. Cada segundo que pasaba, visitaba un lugar nuevo, veía a los amigos que no veía desde el principio de los tiempos. Pero Maic tenía que seguir corriendo. Sentía la suave brisa del viento acariciarle la cara, pero no podía detenerse. Quería saber más y más y más... Tanto que se interesaba por todo lo que nunca había visto, como si de un niño se tratase. Todo le parecía sorprendente e intentaba indagar en todo lo que no conocía. Ese fue su gran error, el exceso de curiosidad.

Entró en un lugar que le llamó especialmente la atención por la cantidad de luces y de gente que había. Era como un parque de atracciones. Pero este parecía mejor que todos los anteriores: la gente se colocaba en posición y salían disparados a unas velocidades tremebundas. Quería probar esa sensación. Se puso en la línea imaginaria que formaban los demás participantes de la carrera y espero a oír el pistoletazo de salida. Nunca había sentido nada semejante. Su cuerpo desprendía algo que nunca había visto. Pero no todo acabó ahí. Poco a poco iba viendo como se alzaba ante sus narices un muro metálico insalvable. No le daba tiempo a frenar. Fue en ese momento, y sólo en ese momento cuando le pasó toda su vida por delante de sus ojos: se acordó de lo aburrido que era el átomo de Helio dónde vivía, de su estabilidad energética, de su poca afinidad con los demás, sólo con su hermano Steve, compañero de habitación del orbital s, y el único habitado. Recordó el rayo ultravioleta que le sacó de su incierto destino y cómo vagó por el mundo. Sólo, desnudo y sin rumbo, visitó lugares: vio como compañeros suyos estaban en los cables de la electricidad, echando carreras. Pero el no podía meterse en esos lugares, ¡no! Tenía que haberse metido en un tubo de rayos X, emitiendo radiación electromagnética hasta que impactó contra aquella muralla de metal y pasar a ser, un píxel en una radiografía…..

Así es la vida de los electrones, o al menos, la de los Allen.